“EL MOCHUELO” Antonio Pozo «El Mochuelo» como ejemplo cantaor

Producto a la venta a partir del 14 de Septiembre de 2025

“EL MOCHUELO” Antonio Pozo «El Mochuelo» como ejemplo cantaor

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Descripción:

No saben lo que se pierden aquellos aficionados y profesionales del flamenco que entienden nuestro arte como una foto fija, inmutable, en base a sus vivencias, recuerdos, horizontes familiares o musicales. No solo porque tal juicio limita la capacidad creativa de los propios flamencos, sino porque como una plaga contumaz y abrasiva, desconoce o desprecia las manifestaciones pretéritas sin reparar en que su experiencia —la verdadera verdá— es, tan solo, una parte del conjunto.

Por la vía directa: hubo una época en la que se cantaban las malagueñas del Canario en Jerez de la Frontera. Ahí va otra: los gitanos de gusto adoraban cantar peteneras. Para el que quiera indagar en torno a nuestras contradicciones, una advertencia: hay cientos de ejemplos más.

Estas disgresiones vienen a cuento de un cantaor tan relevante como menospreciado llamado Antonio Pozo y apodado «El Mochuelo». Sevillano de pura cepa, ya de niño lo encontramos ganándose la vida por esos caminos de Dios, sirva de ejemplo su peregrinar por Murcia en 1880: la noticia más temprana en la que el flamenco y el fonógrafo aparecen de manera indisoluble. Con la llegada del nuevo invento de Edison y su cilindro de cera, El Mochuelo fue el gran difusor del repertorio flamenco entre los fonografistas de fin de siglo. Tomen nota: soleares, seguidillas gitanas, malagueñas, peteneras, javeras, polos, tangos, sevillanas, fandanguillos, granadinas, cartageneras, guajiras, murcianas, alegrías, serranas, villancicos, jotas, aires montañeses, asturianas, etc.

¿Por qué, entonces, recibió el desdén o el olvido décadas después de su fallecimiento? Muy sencillo: porque interpretó los cantes con un estilo tan propio como frecuente en su época, pero alejado de los gustos imperantes posteriormente. Si le añadimos que su estética no encajaba en las corrientes musicales posteriores, veáse, acendrada gitanería o delicado virtuosismo, nuestro personaje se encontraba fuera de cacho. De voz dúctil y flexible, con capacidad suficiente para cubrir el arco melódico preciso en cada cante o estilo, de natural gracejo, y con un extraordinario conocimiento del repertorio, El Mochuelo fue desfilando por los cafés cantantes de nuestra España y por todo gabinete fonográfico que se preciara de tener un catálogo de cantes flamencos bien perfilados. Con la llegada del disco plano y las compañías, siguió siendo reclamado incansablemente, de tal manera que su legado fonográfico y discográfico es, sin lugar a dudas, el más extenso de la historia del flamenco.

La cantaora granadina me adelantó su intención de dedicar un próximo trabajo discográfico a El Mochuelo, puesto que le gustaba mucho su obra y no entendía las razones de su actual irrelevancia. No puedo negar que recibí la noticia con cierto recelo, pensando que la elección se basaba más en que era un cantaor no tratado anteriormente por otros colegas, y que una mirada al pasado siempre aporta un barniz de prestigio y credibilidad. Me equivoqué: Alicia ha demostrado acercarse a su obra grabada con sinceridad, dignidad y sensibilidad, rescatando aquellos estilos en los que más cómoda se sentía, y tratando de interiorizar la copla cantada, de manera que traspase el terreno de la interpretación y alcance el de la expresión.

¡Vamos allá, valiente!

Carlos Martín Ballester

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